Un 29 de Septiembre, pero de 1864, nació en Bilbao, España, el gran escritor, poeta, filósofo, ensayista político, escritor de novelas y de obras teatrales, polemista religioso, hombre de letras, pero aún más allá, nació alguien que quiso ser completamente un hombre, y aún así, no conformarse con su temporalidad mundana, quiso ser más, quiso ser todo sin dejar de ser él mismo, y ante esta imposibilidad, eligió sufrir y padecer la tragedia de esta mortalidad del cuerpo, así nació Don Miguel de Unamuno.
Y es que para Don Miguel, sólo es hombre hecho y derecho el hombre cuando quiere ser más que hombre. Y si tú, que así reprochas su arrogancia a Don Quijote, no quieres ser sino lo que eres, estás perdido, irremisiblemente perdido. Estás perdido si no despiertas en tus entrañas a Adán y su feliz culpa, la culpa que nos ha merecido redención. Porque Adán quiso ser como un dios, sabedor del bien y del mal, y para llegar a serlo comió del prohibido fruto del árbol de la ciencia, y se le abrieron los ojos y se vio sujeto al trabajo y al progreso. Y desde entonces empezó a ser más que hombre, tomando fuerzas de su flaqueza y haciendo de su degradación su gloria y del pecado cimiento de su redención –como expresa en Vida de Don Quijote y Sancho-.
Y es verdad que se puede ser finito sin notarlo, porque ser es necesariamente lo que es; y, aún más, lo que es ser finito no puede notar y sentir que lo es; porque la necesidad esencial del ser, la necesidad que imponen esencia y definición, son costumbres potenciadas, hábitos inverterados, que quitan toda conciencia, todo sentimiento. Es decir, podemos enumerar tres momentos: Una cosa es ser finito y otra sentirse limitado y otra, muy distinta, tener pasión de infinitud.
En otras palabras: la mayoría de los hombres saben que son finitos, que son mortales, y tienen conciencia de su limitación, pero este hecho inevitable no les causa sufrimiento o agonía, ya que no sienten su finitud, no padecen su existencia aunque saben que van a morir, que van a dejar de ser y que tal vez, todo termine allí –en la muerte-.
¿Qué nos trae hoy a hablar de Unamuno?
Pues un día como hoy -31 de Diciembre- pero de 1936, murió en Salamanca este “hombre”, su legar salta, no a la vista, sino al corazón, cada que al leerle, se logre traspasar la barrera de la mera interpretación del texto, y se logre llegar a sentirle y padecerle en su mismo padecimiento, y así, uno padezca en el otro y a su vez, el otro padezca en el uno.
Y es que para Unamuno, la primera forma en la que el hombre puede conocer se da a través del sentimiento, del sentir y padecer con el propio cuerpo; por otra parte, la conciencia que se da a través de la idea noein, sirve para lograr la unidad entre la heterogeneidad, pero no conoce los objetos, sino la idea de los objetos, es decir, para conocer algún objeto primero es necesario sentirlo y después se crea la idea de dicho objeto. Pero Unamuno rechaza que esta forma de conocimiento sea la única, la verdadera e infalible, y lleva su argumento hasta afirmar que no se puede conocer a Dios a partir de una idea –hay que sentirle, padecerle, tener hambre de ÉL-, esto le deja frío, tan frío como el fuego-idea. Por eso no se apoya él ni en la ciencia, ni en el conocimiento, ni en la filosofía de ideas, ni en intuiciones.
La conciencia sentimental agónica –es la primer forma de saberse existente- es más bien una experiencia, provocada por un sentimiento de dolor, ya que para Unamuno, es el dolor lo que nos da el sentimiento de que existimos verdaderamente. Pero y aquí el problema, si éste mismo planteamiento se lleva hasta el hombre íntegro, el que está constituido por cuerpo y alma, entonces, ¿Por qué no someternos a la prueba, para saber así con conciencia real y por el grado de dolor, qué cosas nos pertenecen real y verdaderamente y qué otras sólo como objetos presentes en nuestra conciencia, qué problemas son reales y cuáles fingidos?
Así, Unamuno –como Job- quieren gritar su desgracia, y provocar por la experiencia de su individualidad, un dolor que se expanda hasta inundar los corazones de todos los demás hombres, quiere que los hombres sientan dolor de existir, que sientan hambre de Dios, y por lo tanto, que les duela y que se angustien con la inevitabilidad del límite humano –la muerte- y con la duda de la promesa de la vida eterna.
LA HORA DE DIOS - de Don Miguel de Unamuno
Como no sé qué música le gustaba, pues sólo recomendaremos un buen disco de una banda española: La Kinky Beat – Karate Beat - 2008
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