INFERNO AUGUST STRINDBERG
Casi medio siglo antes de que el gran Sartre escribiera que “el infierno son los otros”, el genial dramaturgo-escritor-loco, August Strindberg escribió Inferno, exclamando que el verdadero infierno se encuentra entre nosotros, está aquí, son los otros, tú, yo, el radicalmente Otro, ese Otro con mayúsculas, el Otro misterioso que no permite ver su rostro, el Otro, el desconocido y que hace que él tampoco se conozca, ni esté seguro de existir. Y este Otro, contra el que el hombre se alza, nuevo Job, es al que se le exige la existencia propia.
Casi medio siglo antes de que el gran Sartre escribiera que “el infierno son los otros”, el genial dramaturgo-escritor-loco, August Strindberg escribió Inferno, exclamando que el verdadero infierno se encuentra entre nosotros, está aquí, son los otros, tú, yo, el radicalmente Otro, ese Otro con mayúsculas, el Otro misterioso que no permite ver su rostro, el Otro, el desconocido y que hace que él tampoco se conozca, ni esté seguro de existir. Y este Otro, contra el que el hombre se alza, nuevo Job, es al que se le exige la existencia propia.
Aquí no sólo se lucha frente a otros hombres por la afirmación del propio ser, sino que también y principalmente, se lucha frente al Otro –Dios-, éste es sin duda el centro de la tragedia humana, ya que a partir de esta lucha, se revela el personaje, que no es otro que el hombre mismo que se sabe insuficiente, un soplo, viento, nube pasajera –como le expresara el trágico Job-. Así, la existencia de los hombres es una lucha en contra de la nada que representa la vida misma de los hombres, es una lucha ansiosa en contra de no ser nada, anhelante de ser, de querer ser y no dejar de ser. Ésta es el hambre de divinidad que inunda al hombre, una apetencia de Dios, un ansia de inmortalidad, una no resignación ante la muerte.
La vida es entonces –como lo propone Strindberg-, el lugar de salvación o hundimiento del hombre, el cual solamente consigue liberarse de ese infierno cuyas fronteras no son visibles, mediante el dolor que padece en el transcurso de su vida, y más aún, mediante el dolor que sufre ante la evidencia de su propia maldad y la de los otros.
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